Alquimia y Energía Libre (Mejnour)



¿Qué relación puede unir a la Alquimia y a la Energía Libre? 

En apariencia, nada: una parece ser el remanente de una serie de extraños experimentos llevados a cabo por aún más exóticos ensayistas que afortunadamente, y para bienestar de todos, devino en la más sensata Química moderna (y por qué no en la Farmacéutica), mientras que la otra es una utopía de peculiares personajes, quienes suponen que el desarrollo científico actual está equivocado o al menos incompleto, y que ellos pueden extraer energía de la nada, o correctamente hablando, de cierto vacío. 

La Alquimia supone el uso de vías particulares, que involucran trabajar con minerales (la mayoría tóxicos), metales, vegetales y, en determinados casos, con ciertas secreciones animales. Si esto ya no causa cierto recelo, o espanto, no debemos desconsiderar los opúsculos más inusitados y extravagantes que hablan de una sustancia totalmente inconcebible como el Alkahest, “capaz de disolver todos lo metales sin corroerlos” o el disparate hermético de “captar un rayo de Sol para luego congelarlo.” 
 
Y la Energía Libre realmente no se queda atrás. Propone diseños y aparatos complejos, cuya explosión creativa la vemos a fines del siglo XIX, cuando la electricidad era la gran novedad científica, aunque hoy en día también continúan los esfuerzos en un mix de ingenios mecánicos con circuitos de control digital. 

El común denominador es la presunta operación de estos engendros con una exótica energía que no produce calor, y en muchos casos se registra un descenso inesperado de la temperatura de sus componentes, incluso durante la carga de acumuladores tan rudimentarios como las baterías de ácido. Se puede argumentar que ambas disciplinas coinciden en que prometen mucho pero exhiben una evidencia magra, escasa o directamente espuria; que las dos han sido excomulgadas por la Academia y la experimentación científica; y que son solo motivo de discusión e indagación por parte de sujetos extravagantes o marginados de la sociedad, individuos que incluso pueden creer en Ovnis o en extrañas conspiraciones a lo largo de la cruel historia humana. 

Parafraseando a Gary Allen en None Dare Call It Conspiracy, son marginados de la sociedad porque no les importa la cara visible elegida en el digitado proscenio democrático: entienden que quienes mueven los hilos de los gobernantes —en cualesquiera de las divisiones geopolíticas,— siguen siendo desconocidos para las masas. 

Así que también se podría pensar que, de tener a disposición ambas disciplinas, la civilización que conocemos no existiría. Los baluartes sobre los que se apoya nuestra cultura son básicamente dos: el miedo al sufrimiento (y a la muerte), que en parte compensa la Medicina y la Farmacología junto a la necesidad, constante e incesante, de energía para satisfacer los estratos más bajos de la Pirámide de Maslow. 
 
Por supuesto, para solventar ambos necesitamos de medios económicos cuando no coercitivos o bélicos: para el primer caso, la más de las veces, con alguna actividad laboral lícita; mientras que para el segundo, la ingeniería social resulta siempre útil. La actual situación militar en Europa, luego de una insólita Pandemia, donde la Big Pharma fue la única inmunizada de las sórdidas noticias sobre las consecuencias clínicas, psicológicas y legales de una cuarentena e inoculación mundial experimental, sólo recibió el acallado y sospechoso sigilo de los Mass Media, que no dejaría de sorprender a algún indómito investigador, por el particular marco totalitario que dejó remachado en la enorme mayoría de los países, facilitando una puerta abierta a la abolición completa de las libertades individuales. 
 
Como sostenía Arthur Ponsony, miembro del Parlamento inglés, en el prólogo de su obra Falsehood in Wartime: “nunca debe permitirse que la gente se desanime; así que las victorias deben exagerarse, mientras que las derrotas, si no pueden ocultarse, deben al menos minimizarse, y el estímulo de la indignación, el horror y el odio debe infundirse asiduamente y continuamente en la mente del público por medio de la 'propaganda.'” 
 
En concreto, estamos donde estamos porque carecemos de lo que nos parece imposible. 
 
John Keely: pionero de la Energía Libre. 

Basaremos nuestro análisis en tres autores, de los cuales lamentablemente sólo uno de ellos fue contemporáneo del mesías-inventor: 
 
Clara Bloomfield-Moore (1824-1899), contempóranea de Keely, patrocinante y “alma gemela.” Bloomfield-Moore fue una aristócrata y escritora norteamericana con una larga historia de caridad y filantropía a cuestas, que más tarde le ocasionó denuncias por parte de uno de sus hijos por la disminuida herencia recibida. Entre sus obras, Keely and His Discoveries, resulta de un tour de force sobre los emprendimientos, logros y fracasos del innovador.
 
Theo Paijmans (1971-), bibliófilo holandés, investigador de lo paranormal y autor “forteano.” Su primer libro: Free Energy Pioneer: John Worrell Keely, originalmente publicado en 1994 fue reeditado en 2004. Contiene un prólogo del benemérito ufólogo y demonólogo John Keel. Una frase que resalta de su obra: “se insinúa que la Alquimia posee solo un Universal, no dos o más. Sin embargo, éste puede manifestarse en siete rayos, fuerzas, energías y vibraciones diferentes en varias esferas o planos de existencia.” 
 
Dale Pond (1950-), autodidacta noorteamericano que se interesó tempranamente en la tecnología de la Energía Libre. Mientras buscaba en la Biblioteca Edgar Cayce, descubrió las obras olvidadas de Keely y resolvió reconstruir la tecnología perdida del sabio visionario recreando en 1995, la primera Dynasphere desde el prototipo que creó Keely un siglo antes. Es el fundador de The Pond Science Institute, dedicado al estudio y aplicación de la Física Vibratoria Simpática. Cerramos esta primera entrega con una pequeña frase que resume nuestro pensar: “ubi spiritus, ibi libertas.” (*)



Autor : Mejnour


(*)“Donde hay Espíritu, se encuentra la Libertad.” Aurora Consurgens, Franz, Marie-Louise von, Inner City Books, Canada, 2000, p. 395.

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