Se dice que es el secreto más importante en alquimia es encontrar
el agua que le corresponde al oro, precisamente un Agua que no lo disuelva sin
más, de manera corrosiva, sino de manera cordial, agradable, como hielo en agua
tibia. Pero aún más: necesitamos un agua que sea capaz de pudrir al oro, para
llevarlo a un nuevo ser, porque como sabemos, detrás de la muerte de las cosas
se esconde la vida regenerada.
SĂ, sĂ© que dirán que nuestro oro no es el vulgar. Y es asĂ: nuestro oro deja de ser el vulgar cuando lo sometemos a ciertos procesos para obtener su respectiva calx. Libros como los de Nicolas Valois, entre otros muchos, lo explican convenientemente. Lo mismo, el Memorial de la alquimia de Pierre Vicot.
A la vista de procesos, encontramos los Alkahest como una
forma de lograr este exquisito licor que disolverĂa sin violencia el oro fĂsico.
El primero que se nos presenta es el Alkahest o quintaesencia tartarizada, que
no es otra cosa que una sal volátil del tártaro unida a un medio alcohólico, o lo
que es lo mismo: un alcohol saturado de sales volátiles. Los pocos libros que
lo abordan, y que existen publicados, enseñan procesos más o menos simples pero laboriosos, donde las destilaciones,
cohobaciones y calcinaciones respectivas de la sales, como por ejemplo el texto de Gosset, nos plantean un trabajo de destilaciĂłn agotador.
He enumerado el proceso en mi libro Alkahest, el mismo que
yo hice, para llegar al Alkahest del tártaro. Y que no es la destilación en
seco del tártaro, como algunos autores sugieren, sino que consiste en otra cosa
muy distinta fabricar el Alkahest del tártaro: es lograr volatilizar la sal refinada del tártaro, color rosada, en la solución alcohólica.
Ahora bien, como nos decĂa Van Helmont en el pasado, si no lográbamos
hallar el autĂ©ntico Alkahest, al menos nos deberĂamos conformar con la sal volátil
del tártaro. Por suerte para nosotros, su discĂpulo, George Starkey, escribiĂł
con su alter ego de Filaleteo, la materia de la cual se obtendrĂa el Alkahest
genuino que abre metales, y que lo encontramos en el Collectanea Chemica. Se
trata de la materia de Rikvega, cuya evocación evitará entre en más detalles de
manera pĂşblica.
Por tanto, por un lado tenemos el Alkahest para el reino
vegetal (tártaro), que algunos autores utilizan para metales pero, como decĂa AgrĂcola,
no arranca la tintura del oro. Y por otro lado, el Alkahest auténtico,
confeccionado con la materia remotĂsima que todos bien conocemos.
Ahora bien, estos Alkahest no sirven para el oro en el proceso que buscamos. SĂ, desde luego, pueden extraer, en el caso del autĂ©ntico disolvente, la tintura del oro, pero jamás pudrirlo. Esa tintura puede tener muchas cualidades medicinales, algunas mencionadas por el propio AgrĂcola en su tratado, además de ser potable, pero buscamos otra cosa.
Pudrir el oro es una rara virtud y como enseño en mi libro precedentemente
citado sobre el Alkahest, conozco al menos 2 métodos que son capaces de hacerlo.
Uno lo explico en el libro, el otro es con el Parergon, mal llamado SM.
Se le atildĂł la sigla de SM, esto es, Spiritus Mundi, pero
en su formación no ingresa ninguna sal aérea, o nitrum aereum. Es más bien, un
ácido de cualidades más que inquietantes y que es capaz de hacerle esto a un
simple botĂłn de oro: pudrirlo.
El dilema, el problema, es como condensar el Parergon en
cantidades suficientemente perceptibles. Si alguno conoce un mĂ©todo para pudrir el oro, lo escucho atentamente. Estoy por probar una idea en estos dĂas que quizá logre resolver definitivamente el asunto.
Porque como dice el adepto Cosmopolita, en su Nueva Luz QuĂmica:
Igualmente en la obra filosĂłfica, la madre de esta cosa es tu agua, que hemos repetido tantas veces; y todo lo que nace de este agua, nace a la manera de los gusanos por putrefacciĂłn
Más claro, echémosle agua :-)
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