Paracelso, el egocentrico y borracho

Paracelso ha sido mencionado infinitamente en la literatura alquĂ­mica, y cada vez que lo hacen, quienes lo mencionan, jamás pensarĂ­an mal sobre su mentor. Y aunque se sabe mucho sobre Paracelso se desconoce si concluyĂł la Gran Obra de los alquimistas. Y yo sospecho, como expliquĂ© en alguna ocaasiĂłn, que no lo logrĂł. Y muriĂł, solitario y desamparado, en un albergue para indigentes. 

Y sin embargo, no hay casi ningĂşn alquimista que no lo alabe y lo encumbre como el máximo exponente de la alquimia. 

Examinemos un poco su biografĂ­a.
 
Y sé que al examinarla, tal vez, me detenga en algunos puntos que disguste a sus más fervientes seguidores, pero este es mi dictamen sobre el personaje. Un informe mucho más amplio podrán encontrar en las obras de Lawrence Principe quien comparte mi tesitura.

Su verdadero nombre era Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim . Se proclamĂł superior al gran Celso (de ahĂ­ su seudĂłnimo; Aulo Cornelio Celso fue un mĂ©dico romano del siglo I ) y difundiĂł la idea de que los aceites podrĂ­an extraerse de los metales y generar medicamentos para los humanos. 




Esto surgiĂł de su observaciĂłn en las minas de Tirol por consejo de su padre, donde aprendiĂł a identificar los diferentes minerales, extraer ácidos, etc. Hasta entonces, hablamos sobre el año 1500 de nuestra era, muchas enfermedades fueron tratadas con plantas: porque se habĂ­a descubierto que la ingestiĂłn de metales no era para nada saludable. 

Y sin embargo, Paracelso , como buen rebelde que era (ni siquiera sabĂ­a cĂłmo escribir o era mĂ©dico, y ejercĂ­a estos atributos por capricho y sin vergĂĽenza), los prescribiĂł en sus tratamientos de mercurio (lo que le hizo ganar fama porque realmente mitigĂł los sĂ­ntomas de sĂ­filis que en esa Ă©poca era una plaga). 

De esta forma, tratĂł la epilepsia con sulfuro de mercurio , miopĂ­a con sulfato de zinc , enfermedades del bazo con sulfuro de plomo (galena) y diabetes con pirita . El Ăłxido de mercurio fue su gran panacea: lo recetĂł para cualquier mal inespecĂ­fico.  

Y todo esto, pese a que se sabĂ­a en ese entonces sobre las intoxicaciones por mercurio que causaban debilitamiento de los dientes, parálisis, trastornos nerviosos y finalmente la muerte. Pero lo ignorĂł. El autoproclamado alquimista mejor que Celso no se equivocaba jamás. O eso creĂ­a Ă©l. 

Era tan arrogante, tan omnipotente, que en sus clases en la Universidad de Basilea, en lugar de ofrecerlas en latĂ­n, como se enseñaba tradicionalmente, las daba en alemán (se supone que no dominaba el latĂ­n). 

Su desprecio por Galeno y Avicena llegaba a extremos bochornosos: hasta el punto de expresarlo verbalmente y a travĂ©s de sus acciones. 

Por ejemplo, en 1527, el dĂ­a de San Juan, algunos estudiantes necesitaban combustible para la hoguera y Paracelso no tuvo mejor idea que arrojar una copia del Canon de Avicena al fuego, expresando su deseo de que su autor hubiera sufrido un destino similar. 

Pronto sus curas se hicieron populares: porque más que curar, hipnotizĂł a sus pacientes con su enorme magnetismo y poder de sugestiĂłn de lo que era habilidoso. Y , como era de esperar, los enemigos comenzaron a sumarse. Y cuando su protector muriĂł, (porque estas personas siempre tienen uno) tuvo un conflicto con Cornelius von Lichtentels y tuvo que exiliarse. 

Fue al ser expulsado de Basilea que terminĂł adoptando su apodo de Paracelso en 1529 y tuvo una vida errática y vagabunda, hasta 1541 cuando el arzobispo de Salzburgo lo invitĂł a establecerse en la ciudad bajo su protecciĂłn. 

Pero unos meses despuĂ©s, Paracelso muriĂł a los 47 años. 

No se sabe de quĂ©. Pero como le gustaban las bebidas alcohĂłlicas, se sospechĂł que habĂ­a tenido una intoxicaciĂłn por alcohol en el albergue para indigentes donde vivĂ­a. 

Esta Ăşltima versiĂłn, como se investigĂł, parece la más probable. 

Sus contemporáneos escribieron sobre Ă©l: 

"ViviĂł como un cerdo, parecĂ­a una boya, encontrĂł su mayor disfrute en compañía de la mafia más baja y más disoluta, y durante toda su gloriosa vida estuvo, en general, borracho". 

Paracelso fue el responsable directo de tergiversar la idea sobre la Crisopeya (como se conocĂ­a a la alquimia hasta entonces): pensĂł que se podĂ­a hacer un elixir de inmortalidad con venenos, y fue el inventor de la palabra "espagiria", la idea de separar los tres principios de una sustancia para reunirlos exaltados y fabricar medicinas poderosas.

Esto se debe a que adoptĂł del alquimista Joan de Peratallada la concepciĂłn distorsionada que extrajo de la alquimia oriental. De hecho, fueron los alquimistas indios y chinos, en el siglo XIV, quienes propusieron por primera vez la iatroquĂ­mica : la aplicaciĂłn de la quĂ­mica a la medicina. 

ReproducciĂłn del laboratorio de Libavius ​​en Rothenburg.


Pero uno de los crĂ­ticos más feroces que tuvo Paracelso fue Andreas Libau ( Libavius en latĂ­n) que publicĂł un compendio de todos los conocimientos que se tenĂ­an por entonces sobre alquimia, conocido como Chymia , donde explicĂł todo en detalle, calificando a la Crisopeya como el principal fin de la alquimia. 

El tratado de Libavius realmente constituyó una luz en medio de las crecientes supersticiones que reinaban en aquel momento, especialmente las fábulas astrológicas, sobrenaturales y místicas de Paracelso, quizás todo producto de su aliada, la bebida, y que hoy sus seguidores reproducen sin pensárselo dos veces.






Fuentes.
 
Al-Quimera
Lawrence Principe (todos sus libros)

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