A veces el lector podrá pensar, cuando el que habla es alquimista, que forzosamente uno debe creer en todas las medicinas no ortodoxas, como por ejemplo la Homeopatía. Pero yo mismo intento en mis estudios herméticos que lo que encuentro, sea alquímico, espagirico, o iatroquímico - no constituya un placebo, ni un autoengaño, sino que necesito que sea tan eficaz como un ibuprofeno para un dolor de pie.
Hace 4000 años los sumerios se dieron cuenta que se podía tratar dolores de todo tipo empleando la corteza del sauce. Los egipcios, tomaron ese legado y lo aplicaron también exitosamente. Y después los chinos y los griegos. Pero no fue hasta finales del siglo XX que alguien dijo, "espera, aislemos lo que tiene la corteza del sauce para ver qué es lo que la hace tan eficaz para los dolores".
Y ahí se inició la industria de las píldoras, y por supuesto, así nació la aspirina.
Esto está del todo claro y creo que a estas alturas nadie lo pone en duda. Los principios activos de una planta realmente existen, están documentados, y se pueden aislar. Otro de esos principios activos que yo tomo de vez en cuando es la Teanina, un aminoácido que se encuentra en los tés de toda clase, en especial, los negros y verdes. Y tenemos la planta de dedalera que sirve para insuficiencias cardíacas porque contienen digitálicos. O la corteza de Cinchona y la artemisia usada contra la malaria porque ambas contienen el principio activo conocido como quinina.
Esto es lo que se conoce como alopatía.
En realidad, el nombre alopatía es una forma en que los homeópatas se refieren despectivamente a la medicina a través de fármacos derivados de principios activos claramente detectados y estudiados.
La naturopatía precisamente busca los rastros de estos principios activos, y se dedican, no a sintetizarlos o aislarlos, sino simplemente hacer uso de los mismos: tés de Matcha, de Moringa, por todos sus principios activos estudiados y sus propiedades fuera de toda duda. Comer naranjas por sus vitamina C, en vez de comprimidos.
En suma, que busca lo mejor, de lo estudiado por la ciencia, en estado bruto por llamarlo de algún modo, para mejorar la salud de las personas.
Ahora la homeopatía es puro placebo. Es la antítesis de todo esto. Los glóbulos que venden son agua y azúcar, y no hay otra cosa incluida.
A diferencia de la historia que contaba de la antigüedad donde se encuentra en la corteza de un árbol algo que realmente curaba a las personas de dolores, la homeopatía data de hace 200 años y proviene de los delirios de una persona que hizo escuela y transmitió esas fantasías a personas que, por casualidad, azar o simplemente como efecto de la sugestión (placebo) afirmaron sanarse de alguna dolencia (que quizá hubiera remitido sin tomar nada, por una reacción del propio organismo humano).
Y es que los “remedios” (en cuidadosas comillas) se diluyen tanto en la homeopatía que el ingrediente o principio activo directamente desaparece. Científicamente no es detectable. Ni usando cromatógrafos, los cuales manejé hace muchos años atrás, capaces de detectarlo todo. Cero trazas. Pero sí es detectable para la fe de las personas que creen que de alguna manera todavía existe presente algo de aquel compuesto en el preparado. Porque si no se ve, ya es dominio de la fe.
Por eso, el Consejo Asesor Científico de Academias Europeas dice:
No hay enfermedades conocidas para las que exista evidencia sólida y reproducible de que la homeopatía es efectiva más allá del efecto placebo. Las afirmaciones de la homeopatía son inverosímiles e inconsistentes con los conceptos científicos establecidos.
Ahora bien, es verdad que los productos farmacéuticos tienen notables efectos secundarios, y no lo discuto. De hecho, hace días atrás por tomar un diclofenac para un dolor de espalda, terminé con el estómago estragado por varios días (y el dolor de espalda permanece). Si me preguntan, prefiero ser más naturópata que alópata. Y antes que estos, prefiero ser alquimista o espagirista.
Y está claro que los fármacos tienen agentes diluyentes, que se combinan con los principios activos, produciendo efectos quimioterapéuticos que acaban con células buenas junto con las malas. Algo parecido - pero no igual - a lo que sucede por tomar Dióxido de cloro que arrasa con todo lo que encuentra a su paso y lo oxida.
La diferencia con los placebos, la homeopatía y los dióxidos raros, es que estos medicamentos alopáticos están regulados. Esto significa que todo efecto secundario debe ser divulgado y por eso en cada fármaco viene una lista extensa de los efectos adversos detectados en las pruebas para advertirle a las personas.
Es un largo trabajo, hay una farmacovigilancia, y nada se intenta dejar al azar.
Por eso, volviendo al inicio, si me preguntan si creo en la homeopatía, debo decir que no. Que sea filósofo de la naturaleza no me hace crédulo de todas las cosas.
0 Comentarios