En el libro de medicina más antiguo que existe en el mundo, conocido como el Huang Ti Nei Ching Su Wen escrito hace 3500 años, el médico Chi Po le explica al emperador sobre la vejez y le dice:
“Cuando un hombre envejece sus huesos se vuelven secos y frágiles como la paja [osteoporosis], su carne se afloja, y su tĂłrax se llena de aire [enfisema] y le duele el estĂłmago [indigestiĂłn crĂłnica]; tiene una sensaciĂłn incĂłmoda en su corazĂłn [angina o la fibrilaciĂłn de una arritmia crĂłnica], la nuca y los hombros “se contraen, y su cuerpo arde de fiebre [frecuentes infecciones del tracto urinario], sus huesos se quedan descarnados [pĂ©rdida de la masa magra muscular] y sus ojos se vuelven saltones y se debilitan. Cuando se puede observar el pulso del hĂgado [insuficiencia cardĂaca derecha], pero el ojo ya no puede reconocer una “costura [cataratas], sobrevendrá la muerte. El lĂmite de la vida de un hombre se percibe cuando ya no puede vencer sus enfermedades; entonces le ha llegado la hora de la muerte.”
Los parĂ©ntesis son de un servidor. Es decir, envejecer es perder la energĂa vital de la vida, y produce estos sĂntomas. Para ser más claro, veamos un estudio reciente que hicieron con 23 ancianos de 88 y 95 años, a los que, tras morir, se les practicĂł una autopsia.
Los mĂ©dicos que llevaron a cabo este estudio comprendieron que más allá de la distribuciĂłn de patologĂas tales como la aterosclerosis y el deterioro microscĂłpico del sistema nervioso central habĂa una constante en todos, un Ăşnico denominador comĂşn a los 23 fallecidos:
“La pĂ©rdida de la vitalidad que acompaña a la inaniciĂłn y a la asfixia”, en palabras del mĂ©dico que practicĂł estas pruebas (Sherwin B. Nuland).
¿Y quĂ© es la vitalidad, tema que por otro lado explicĂł hace siglos atrás el enigmático personaje que visita a Helvetius y que narra en su Becerro de Oro?
La vitalidad se expresa en nuestra sangre y las arterias, porque a fin de cuentas todo es un tema arterial. Y no es para menos. Es donde circula nuestra vida que no es otra que nuestro lĂquido vital. A medida que pasan los años, las arterias se estrechan, y al hacerlo, el margen entre la vida y la muerte se presenta. Hay menos nutriciĂłn, menos oxĂgeno, menos elasticidad, los microbios invaden y las defensas ya no son las mismas porque la circulaciĂłn va siendo defectuosa.
Como dice aquel investigador y mĂ©dico “todo se enmohece y agrieta hasta que finalmente la vida se extingue”.
Por eso vemos a los ancianos con la piel consumida, como una pasa de uva, como si algo les hubiera drenado por dentro.
Es esa energĂa vital que se ha perdido con el paso del tiempo, producto de la circulaciĂłn ineficiente de la sangre, la acumulaciĂłn de toxinas y esa fuerza que ya no podemos canalizar como cuando Ă©ramos jĂłvenes.
La causa más frecuente de muerte son siempre infecciones (la neumonĂa para los ancianos es siempre la fiel compañera) y la aterosclerosis, en las personas de más de 85 años.
La lecciĂłn que uno aprende al ver los estudios de estas 23 personas – que evito incorporarlo para no hacer extenso este artĂculo – es que se muere de viejo porque algo perdemos en el camino, nos desgastamos, y, casi como si estuviĂ©ramos programados para ello, nos conducimos al callejĂłn sin salida de la muerte.
Como dice Homero: «La raza de los hombres es como la de las hojas. Cuando una generaciĂłn florece, otra se marchita».
Ahora bien, en el viejo Egipto hubo crónicas de ancianos que intentaban prolongar sus existencias. El papiro Ebers, que tiene más de 3500 años de antigüedad, es uno de ellos. Contiene una fórmula para devolver la juventud a un anciano.
En el siglo XVII, Hermann Boerthaave, uno de los mĂ©dicos más reputados de su Ă©poca, recomendaba a sus pacientes viejitos que durmieran entre dos jĂłvenes vĂrgenes para prolongar sus vidas.
A dĂa de hoy se habla de otra cosa un poco más eficaz que es cortar y pegar el ADN, modificándonos desde nuestros genes: la tecnologĂa de CRISPR. Pero es algo que estamos a muchos años de lograrlo como es debido.
No obstante, como yo lo soy, siempre habrá buscadores de la Fuente de la Juventud, esos que quieren retrasar lo que está, según varios expertos, definido en los planes de la naturaleza: nuestra muerte.
Quizá habrá que pensar que lejos de ser insustituibles debemos ser sustituidos: dar paso a la nueva generaciĂłn dejando de existir. No se crea futuro de lo viejo, sino de lo nuevo. Ya lo decĂa Tennyson:
“Los viejos deben morir, o el mundo se agotarĂa y sĂłlo volverĂa a engendrar el pasado”.
El problema es que, por vanidad, no queremos morir. Nos aferramos a la existencia. Y la alquimia, es la más suave caricia a nuestra vanidad y la manera de poder lograr algo parecido a la inmortalidad. Pero la muerte es necesaria. Ineludible. Todo autĂ©ntico alquimista lo deberĂa de saber y no soñar en vano.
Al morir dejamos un sitio para que otros lo ocupen, asĂ como ocupamos uno gracias a que otros dejaron de existir. La vejez nos prepara para la partida, es la alarma que nos dice que nuestro tiempo se acerca.
Ahora bien, Qin Shi Huang fue el primer rey de toda China en 221 a.C. Y comenzĂł a llamarse a si mismo inmortal porque detestaba tener entre sus planes a la muerte. Pero llamarse de una manera no significa que la palabra lo convierta.
Por tal motivo, mandĂł una tropilla de expediciĂłn a las islas orientales en JapĂłn en busca del Elixir de la vida eterna. La expediciĂłn no retornĂł jamás: tenĂan terror a enfrentarse al emperador sin haber encontrado la pĂłcima. Qin Shi Huang muriĂł a fin de cuentas como todo mortal, pero bebiendo un preparado con Mercurio que esperaba lo hiciera inmortal de verás.
Fue enterrado con los famosos guerreros de terracota.
Ahora bien, el mito de la fuente de juventud lo menciona HerĂłdoto en el siglo IV a.C en el tercer libro de las Historias. Y en las versiones orientales de Alejandro, cuenta que el propio Alejandro Magno en compañĂa de una suerte de alquimista, buscaba el “agua de la vida”.
Pues bien, el historiador israelĂ Yuval Noah Harari opina que la muerte viola el derecho a la vida – que tan profusamente declarĂł la ONU tras la segunda guerra mundial – puesto que viola claramente este derecho y se convierte en un crimen contra la humanidad.
Y dice “debemos librar una guerra total contra ella”. Muchos le han escuchado. Y entre ellos, enormes fundaciones multimillonarias financiadas desde Google hasta Facebook.
Los cientĂficos consiguieron avances notables con ratones aumentándoles el 40% de vida. Para ello se valieron de restricciones calĂłricas, inyecciones de telomerasa, tratamientos de cĂ©lulas madre, terapias gĂ©nicas, etc… Mark Zuckerberg y su esposa Priscilla Chan mencionaron que donarĂan prácticamente todas sus riquezas para curar y prevenir todas las enfermedades en una generaciĂłn.
Ahora bien, el principal problema de ofrecer a todos la inmortalidad es que el mundo se volverĂa superpoblado. No darĂa abasto. Ya Saramago plantea el dilema en Las Intermitencias de la Muerte, donde a los viejos se los lleva al otro lado de un continente para poder morir, puesto que donde viven son inmortales (pero viejos, vaya paradoja).
El problema, a mi entender, es que se hagan con el Elixir los magnates y millonarios para seguir viviendo de lujos y ostentaciĂłn por el resto de sus dĂas efĂmeros (efĂmeros porque el planeta Tierra se dirige hacia un Iceberg) .
No por nada, Bill Gates opinó al respecto sobre esos proyectos multimillonarios de Fundaciones para cierta élite de personas que buscan la inmortalidad, diciendo:
“Me parece bastante egocĂ©ntrico que, cuando aĂşn persisten la malaria y la tuberculosis, los ricos financien cosas para que ellos puedan vivir más tiempo. Aunque admito que serĂa bueno vivir más tiempo.”
En efecto, todos queremos vivir más tiempo.
Esta es una realidad innegable. Pero antes debemos ayudar al mundo a que sane y perviva, eliminando las contaminaciones, las destrucciones ecolĂłgicas, en suma, toda la porquerĂa que el ser humano se ha encargado por siglos de llenar en cada rincĂłn del planeta.
Ahora bien, el problema Ă©tico planteado con la prolongaciĂłn de la vida es ¿quĂ© serĂa del mundo con tanta superpoblaciĂłn de longevos?. Y sobre todo ¿serĂa asequible a todo el mundo? ¿o se establecerĂan leyes para que determinadas personas fueran longevas y rejuvenecieran basadas obviamente en el status econĂłmico del individuo? Creo que la soluciĂłn será poblar otros mundos, en el universo, tal como plantea la novela de ciencia ficciĂłn Tiempo para Amar donde la inmortalidad es un hecho.
En realidad, no hay nada que indique que sea necesaria la muerte en la existencia humana. No hay trazas biológicas de ello. Pero sà es un mandato uniforme en la naturaleza. Los alquimistas siempre se jactaron de seguir a la naturaleza: y seguirla es aprender a morir y también aprender a volver a la vida. Porque sin la muerte no hay vida posible.
Al respecto, el distinguido fĂsico estadounidense Richard Feynman, ganador del premio Nobel de FĂsica, explicĂł en su conferencia de 1964 «El papel de la cultura cientĂfica en la sociedad moderna»:
“Una de las cosas más notables en todas las ciencias biolĂłgicas es que no haya ninguna pista sobre la necesidad de la muerte. Si alguien dice que se propone hacer una máquina de movimiento perpetuo, ya hemos descubierto suficientes leyes fĂsicas como para saber que es algo absolutamente imposible o que las leyes entonces estarĂan equivocadas. Pero no se ha descubierto nada en biologĂa que señale la inevitabilidad de la muerte. Esto indica que la muerte no es inevitable, que solo es cuestiĂłn de tiempo que los biĂłlogos descubran quĂ© es lo que nos está generando problemas y curen esa terrible enfermedad universal.”
Actualmente, en el mundo mueren por causa del envejecimiento alrededor de 150 000 personas cada dĂa. No es una cifra menor. Y es posible evitarla, porque mueren más por esta causa que por las enfermedades regadas en el mundo.
El biogerontĂłlogo Aubrey de Grey lo explica de una manera muy clara y directa:
"El envejecimiento realmente es «barbárico» (cruel, despiadado, inhumano). No deberĂa tolerarse. No necesito un argumento Ă©tico. No necesito ningĂşn argumento. Es visceral. Dejar que la gente muera es terrible. Yo trabajo para curar el envejecimiento, y creo que tĂş tambiĂ©n deberĂas, porque pienso que salvar vidas es lo más valioso que alguien puede hacer con su propia vida, y dado que más de 100 000 personas mueren cada dĂa por causas de las cuales los jĂłvenes esencialmente nunca mueren, salvarás más vidas ayudando a curar el envejecimiento que de cualquier otra manera.”
Como refiere la Biblia, 1 Corintios 15:26: “Y el Ăşltimo enemigo que será abolido es la muerte”
Se ha naturalizado la vejez como si no fuera una enfermedad. Lo mismo que la propia muerte. Le llaman: inevitable. Los biĂłlogos suelen decir que las cĂ©lulas de nuestro cuerpo tienen el potencial de no dejar ningĂşn antepasado muerto, cĂ©lulas de un linaje llamado lĂnea germinal.
“Estas cĂ©lulas tienen la capacidad de la renovaciĂłn inmortal, como demuestra el hecho de que los bebĂ©s nacen jĂłvenes y esos bebĂ©s tienen el potencial de generar algĂşn dĂa sus propios bebĂ©s, y asĂ sucesivamente y para siempre.” (referencia del biogerontĂłlogo Michael West)
Es raro que no se tome en cuenta la vejez como una enfermedad. Si se hiciera asĂ, grandes empresas financiarĂan su cura, habrĂa obras sociales para tratarla, etcĂ©tera. Y sin embargo, la Progeria, una enfermedad de envejecimiento acelerado, es catalogada sin dudas como enfermedad.
La progeria es una enfermedad rarĂsima.
Afecta a 1 en 7 millones de reciĂ©n nacidos vivos. Su estimativo de vida es de, con suerte, 20 años (cuya apariencia semeja a una persona de 100 años). ¿Por quĂ© la progeria se la considera enfermedad si produce lo mismo que a lo largo de los años una persona normal comenzará a manifestar a travĂ©s de los sĂntomas naturales de la vejez?. ¿SĂłlo porque es acelerada? ¿Por una cuestiĂłn de tiempo?.
“La progeria se considera una enfermedad, pero cuando los mismos cambios le suceden a un individuo ochenta años mayor, se considera normal e indigno de atenciĂłn mĂ©dica” (Frontiers of Genetics, por Victor Bjork, S Hull y Avi G Roy)
Es asà la vida, dirán algunos, dando por cerrado todo debate.
Ahora bien, al no ser reconocido el envejecimiento por nuestro sistema de salud como la causa de diversas enfermedades, cuyo fin inevitable es la muerte, no se ha hecho nada todavĂa por tratarla. Pero estamos en avance. Al menos por la ciencia oficial.
Los antiguos alquimistas, filĂłsofos de la naturaleza, querĂan vivir más tiempo. Pero no como imaginarĂamos. Tal vez para calmar a los emperadores. Porque los emperadores eran unos obsesivos por vivir más tiempo rodeados de riquezas. Y para sosegar sus ansiedades, los alquimistas elaboraron toda una suerte de fĂłrmulas más o menos exageradas evitando de esta manera que se los castigara y terminaran muriendo prematuramente.
No obstante, como digo, la ciencia está avanzando. Las pruebas de concepto ya existen en cĂ©lulas, en tejidos, en Ăłrganos y en criaturas de simulaciĂłn como los gusanos y ratones. Algunos son entusiastas y ya planean acabar con el viejo paradigma de “nacer, estudiar, trabajar, jubilarse y morir”, adaptándolo por vidas largas donde se podrá trabajar hasta los 85 años y nos podremos reinventar nuestro futuro.
Sin embargo, yo no tengo dudas que ya hay gente longeva, que lleva muchĂsimas dĂ©cadas en nuestro planeta. Ocultas de la mirada del vulgo. Algunos los detectan en los aeropuertos, como este hombre que dice su pasaporte tener 123 años y su dieta se basa en una reducciĂłn de calorĂas, yoga y no tener sexo, es decir, guardarse para si toda la energĂa:
El yoga se sabe es saludable para las personas. La circulaciĂłn sanguĂnea ayuda a destrabar problemas de todo tipo, espalda, cintura, etcĂ©tera. Una amiga japonesa, me contaba que destinaba muchas horas al yoga, y que su Panacea era eso y la plata coloidal.
CreĂa que el mejor laboratorio para la Medicina Universal ya lo tenemos con nosotros si queremos vivir muchos años, y es nuestro cuerpo (una idea que muchos afirman es verdad).
Mediante el control de lo que comemos, y ciertos ejercicios, podemos llevar vidas saludables.
Ya se sabe, desde hace tiempo, que una dieta hipocalórica, si bien no nos hace más longevos, si nos beneficia en lo que son riesgos potenciales para nuestra salud, como el colesterol o la glucosa. Cambia nuestro metabolismo. Esto salió publicado en Nature, y es lo último que se sabe con las dietas hipocalóricas para alargar nuestra existencia: se generó niveles muy bajos de triglicéridos, de glucosa en sangre y , desde luego, un menor estrés oxidativo. Todas claves para una mejor salud.
En fin, todavĂa estamos lejos de alcanzar la muerte de la muerte, pero se logrará siempre y cuando comprendamos a la naturaleza, no antes.
Ahora uno podrĂa preguntarse, ¿vale de algo vivir más tiempo?
Sartre moverĂa su rostro negándolo. Lo mismo, Schopenhauer, para quien Ă©ramos un error abyecto.
Y yo pienso que aunque vivamos 500 años, llegará un momento en que todo cese y que también nos aburramos de vivir aprisionados en la carne. Desearemos la no existencia, como señalan muchas novelas y cuentos.
Además todo morirá en el futuro del universo. Es inevitable en un Universo en expansiĂłn y donde nuestro Sol en siglos venideros dejará de ser lo que es, e incluso el mismĂsimo universo se colapsara para acabar con lo que una vez fue, donde ni siquiera los agujeros negros pervivirán.
La vejez humana es la visualización de lo que padecerá el universo en algún momento (si la palabra es padecer).
Y aunque morir de viejo se lo cataloguĂ© con diversas causas, entre ellas la más mentada, la neumonĂa, como dice Sherwin Nuland :
“Aunque sus mĂ©dicos registren obedientemente causas diversas, tales como ataque cerebrovascular, o insuficiencia cardĂaca, o neumonĂa, en realidad estos ancianos han muerto porque algo en ellos se ha consumido.”
Algo en ellos se ha consumido.
Esa energĂa o fuerza universal que nos hace activar y vivir. Por otro lado, nuestro cuerpo puede entenderse como una maquinaria que, con el paso de los años, se desgasta como toda máquina. Como escribiĂł Thomas Jefferson en 1814:
«Nuestras máquinas han estado trabajando setenta u ochenta años, y es de esperar que, con lo gastadas que están, empiecen a fallar, un eje por aquĂ, un disco por allá, despuĂ©s un piñón o un muelle; y aunque podamos remendarlas por un tiempo, a la larga acabarán parándose».
Es decir, y de nuevo en palabras de Nuland:
“Tanto si la manifestaciĂłn fĂsica evidente aparece en el cerebro como en la pereza de un sistema inmunolĂłgico senil, lo que en realidad se extingue no es otra cosa que la fuerza vital.”
Esto no deja de recordarme la cita del alquimista Cyliani cuando habla de las cualidades de la Medicina Universal que afirma haber fabricado. Aquella sal magnĂ©tica que atraerĂa la fuerza universal.
Lo cierto es que al morir algo en nosotros desaparece y queda un despojo achicharrado de quienes fuimos. Eso hizo decir a Charles Lamb cuando observó el cadáver del famoso actor ingles R W Elliston:
«¡Dios mĂo, quĂ© pequeño se ha quedado! AsĂ estaremos todos —reyes y emperadores—, despojados para el Ăşltimo viaje».
Es lo mismo que yo percibà la primera vez que vi la foto del Che Guevara muerto y la comparé con la que estaba vivo.
Toda esa intensidad en la mirada y de pronto aquel “vacĂo” de quien habĂa sido. Como escribiĂł Browne:
«La muerte no me inspira tanto miedo como vergĂĽenza; es la gran desgracia e ignominia de nuestra naturaleza que pueda desfigurarnos en un momento de tal manera que nuestros amigos más Ăntimos, nuestra esposa y nuestros hijos, se asusten y sobresalten al vernos».
En efecto, al morir todas las personas, aun las más grandes, empequeñecen. El espĂritu, si cosa semejante anidaba ahĂ, se marcha y deja la materia viva en decadencia sin estĂmulo de ninguna clase.
No creo que sea bello volverse ancianos, lo sé muy bien.
Pero hay algo muy curioso que sucede, entre tantas enfermedades y problemas que nos alcanzan con la edad, que puede resultar de interés.
SegĂşn recientes estudios, hay una serie de neuronas corticales que se vuelven más abundantes cuando uno alcanza cierta madurez: estas cĂ©lulas residen en áreas del cerebro donde se tiene lugar los procesos de pensamiento superior. Esto significa que, al volvernos viejo, cientĂficamente comprobado, nos hacemos más sabios.
Obviamente dependerá de cómo hayamos consumido la vela de nuestras vidas, si le hemos sacado provecho, si hemos viajado, nos hemos instruido, y hemos sido unos ciudadanos del mundo. Estos descubrimientos se suman a la observación de que las ramificaciones filamentosas conocidas como dendritas de muchas neuronas continúan creciendo en personas viejas (siempre que no tengan Alzheimer).
Esto es muy curioso porque mientras todo se va desintegrando en nuestras cĂ©lulas, parecerĂa que a la evoluciĂłn le interesĂł, como mecanismo de supervivencia, producir más neuronas para las áreas de pensamiento profundo ¿por quĂ© razĂłn?. ¿Para calmar nuestras ansiedades? ¿QuĂ© interĂ©s podrĂa tener la evoluciĂłn en tal cosa, en una necesidad humana?
No obstante, llega un momento en que aquel recambio de las piezas intracelulares se vuelve menos eficiente. El cerebro se vuelve más chico, y no funciona tan bien. Es decir, el cerebro se vuelve holgazán y ya no es capaz, por desgaste, de superar todas las lesiones que el paso del tiempo impactĂł en nuestra biologĂa.
Entonces la muerte, triunfante, hace su entrada y nos abraza hacia la misma oscuridad de donde hemos emergido.
Cierro con la cita de Francis Quarles que en el siglo XVII escribiĂł:
«Está en manos del hombre acelerar por omisiĂłn o acortar activamente, pero no alargar o extender los lĂmites de la vida natural. SĂłlo posee (si acaso) el arte de alargar su vela el que sabe servirse mejor de ella».”
0 Comentarios